El poder creativo de los humanos no está del todo reivindicado. Muchos son los complementos que se nos proporcionan para una vida más cómoda y placentera pero en realidad lo que nos dan ya está hecho. Nuestra imaginación no tiene los impulsos necesarios para crear y hacernos creer mas en nosotros mismos. El aislamiento social es ya una epidemia que nos afecta a la mayoría. Estamos inmersos en un mundo sin sueños, sin contacto con los demás, sin proyectos emocionales que nos hagan crecer y convertir a esta sociedad bastante enferma y quebradiza en un saco de problemas estructurales, psíquicos y físicos. La vida al aire libre solo la concebimos con el chándal y haciendo deporte. No nos imaginamos paseando por el parque o contemplando una bonita enredadera. Salimos de vacaciones y tratamos de recorrer más kilómetros del que nos pide el cuerpo para dar por las narices a los compañeros de trabajo. Sentarnos en un banco y ver pasar a la gente, jugar a los niños o observar como limpian los cristales de un edificio desde una grúa. Todo eso nos lo estamos perdiendo y con ello nuestras ganas de comunicación. Ese declive cognitivo nos hace cada vez más vulnerables a la hora de enfermar. Por eso alguien tuvo una idea «Adoptar a un abuelo». Las jóvenes y los no tan jóvenes se dan cuenta de que en compañía de estas personas se abre todo un mundo irreemplazable a la vez que rico en intercambio de valores y de saberes que ya han quedado en desuso entre las nuevas generaciones. La soledad del joven y el no tan joven es tremenda por eso la idea de hacer partícipes de nuestra vida a esas personas cuyo recorrido es mágico y rico nos pueden llevar a comprender tantas cosas que ni la ciencia ni la tecnología mas avanzada son capaces de suplir. Estamos frente a un reto que se vislumbra luminoso a la vez que humano.

Todo es empezar.