La pasada semana vi volar las esculturas de los apóstoles sobre los tejados del viejo París. Comenzaba una restauración muy compleja de la vieja catedral. Como si de una premonición se tratara parecía que huían de la devastación que pronto iba a volver a cenizas la catedral por excelencia de Francia. Notre Dame dedicada a María Madre de Cristo fue construida entre los años 1163 y 1345. Durante la Revolución francesa quedó dañada pero más tarde el escritor francés Víctor Hugo reavivó el interés por ella en su magistral obra «El jorobado de Notre dame». De estilo gótico y visitada por millones de personas es uno de los referentes de la ciudad de la luz. Las górgolas de la fachada lloraban anoche lágrimas negras de desolación mientras el cielo de París nos convulsionaba a todos desde todas las partes del mundo.

Y las esculturas de piedra de su fachada observan.
Guardemos esta preciosa imagen desde el Sena de Notre Dame de París en nuestras pupilas. Los que tuvimos la suerte de estar en ella sabemos lo que el mundo acaba de perder. Muchos años pasarán y quizás de la mano de otro universal Víctor Hugo nos devuelva su belleza. Hoy el mundo está triste porque las páginas de la historia se han tiznado de humo. Y vi volar las esculturas de los apóstoles de la catedral sobre los tejados del viejo París. Sentí un escalofrío y pensé. Pero esta es mi propia historia.