Apareciste rayando el alba. Sin vestimentas ni adornos solo una coqueta palmera te servía de encuadre cuando todavía la vida permanecía dormida. Me mirabas con esa forma que tienes de haber bonito todo, incluso en esas horas tempranas que apenas he despertado. Pero eres así, distinta y singular luciendo sobre los muros de los jardines y sin querer molestar a nadie. Tu sencillez unida a esa bondad plateada que hace de un instante algo mágico y perdurable, no en el tiempo sino en la memoria.