
Contemplar el mar en su total apariencia es uno de los mayores placeres que la vida puede brindarnos. Solamente dejarnos acunar por el vaivén de sus olas no confirma repetidas veces los insignificantes que somos frente a su magnificencia. Surcar el mar es ante todo una experiencia que no todos saben dar el valor de descifrar ese entramado de cifras y letras que configuran las cartas de navegación. El hombre desde siempre ha ido trazando sus rutas guiado por las estrellas. Sumergirse en el azul de sus trazados de blanca espuma o saber traducir las tempestades con el cambio de los vientos, es la razón para levantar el ancla y poner en funcionamiento la hélice de ese barco que nos puede hacer sentirnos los amos del mundo.