
Inconscientemente muchas veces no creemos a esas personas que están a nuestro lado. Las hacemos invisibles y las situamos fuera de nuestras vidas sin consideración, humanidad ni tampoco respeto. Estamos tan ciegos que no nos percatamos de esa presencia incondicional que nos abraza. Y luego llegamos a tener la osadía de cebarnos con ellas. La prontitud con la que una de esas almas actúa nos hace sentirnos confusos, dado que muchos ni tan siquiera lo intentamos al mostrar ese envolvente gesto. Prendemos cortinas de humo para que no interfieran en nuestros impulsos y decisiones y así desvincularnos por completo de ellas. ¡Qué estúpida es la mente humana cuando se cree el ombligo del mundo y ni siquiera conocen el espacio que ocupan sus pies! El alma es como una alianza entre nuestra esencia como persona y lo que de ella acercamos a los demás. «No hay nada más importante para el verdadero crecimiento que darnos cuenta de que yo no soy la voz de mi mente, soy yo la voz que la escucha. Dejemos que las almas invisibles lleguen a formar parte de nuestra vida y solamente veamos en ellas la razón de hacernos más humanos.