
Desde lo alto miramos al frente y buscamos con la mirada esas migajas de destellos y de sensaciones que configuran nuestro cuadro. Balcón de madera con cristales para protegernos del ruido y del viento. Despaldas a la montaña se estremecen los senderos que algún día recorrí con ilusión mientras las capas de polvo se iban posando nuevamente sobre ellos para que nadie se enterase de que yo había estado allí. Pero estuve y contemple. También me sorprendí de lo inaccesible que a veces se nos ponen esos rincones para que no violemos su silencio y su letargo. Contemplación que cada día hacemos de nuestro entorno y muy pocas veces valoramos todo aquello que nos aporta. Tras los cristales vemos el mar regocijarse sobre su blanca espuma en estos meses de las calmas hasta que cambie nuevamente el tiempo. Eso será pronto y tal vez encontremos frente a nosotros algún pícaro atardecer que tocará a nuestra ventana. Eso sí, los caminos que recorrimos yacerán escritos en la memoria del sol o tal vez entre las hojas de los árboles de esa montaña.