
La lengua del mar intenta hacerse con el sabor a tierra que le rodea. Como un león hambriento quiere llegar como sea mientras la espuma blanca ruborizada pespuntea los márgenes de la costa de Los Silos. Un enclave que nos dice de historias y nos aconseja de proyectos futuros. Dejar atrás el vaivén del agua que arremete contra la roca reivindica una vez más el poder que el mar tiene sobre nosotros. Tardes tranquilas de paseos sosegados bajo la atenta mirada de un sol ya poniente que dibuja entre la brisa el susurro de la plácida presencia de una tarde que se va. Volver a encontrarnos de nuevo con él será como el recuerdo de hacer firme nuestra promesa y compromiso. Somos parte de ese rincón que aquella tarde nos animó a andar en su sendero bordeando el mar y mientras le observemos nos haremos partícipes de su misterio. Igual que la vida que nos compromete y nos conduce únicamente por una cosa; nuestra razón der ser. Lo demás todo es adorno y volatilidad que se diluye sin dejar rastro y sin cincelar experiencias. Vale la pena hacernos partícipes de dicha sensación. Y la lengua del mar de Los Silos nos acompañó una vez en este grato paseo.