Cuando nos empecinamos en algo jamás prestamos atención a esos minúsculos detalles que conforman un mundo maravilloso del cual apenas nos percatamos. Solo con un lápiz o una pluma podemos diseñar un sueño al que nada ni nadie puede invadir. Siempre será nuestro sueño, aunque estemos en el mundo de los demás. En esa zona reservada de la privacidad más interna del ser humano existen numerosas posibilidades que, aún queriéndolo, podríamos llegar a imaginar. Ese mundo al que todos deseamos llegar y hacer nuestro existe, pero solamente en el lugar donde se crean las cosas más bellas y sencillas. El pintor crea para nosotros mucho después que lo hace para el mismo que ya ha deleitado las mieles de su obra. El tiempo pasa pero las obras quedan a perpetuidad en quienes tuvimos la suerte de encontrarlas. Ya sea un cuadro, un libro o sencillamente y pasaje retenido en la memoria. Adentrarse en esa aventura maravillosa es como despojarnos de nuestras vestiduras y traspasar el umbral de la puerta de tu casa dejando atrás las cargas. Como bien dijo Paul Theroux: » Deja tu casa. Ve solo. Viaja ligero. Lleva un mapa. Ve por tierra. Cruza pie la frontera. Escribe un diario. Lee una novela en relación con el lugar en el que estés. Evita usar el móvil. Haz algún amigo». Quizás entonces la vida nos sonreirá más a menudo.