
El agua de las fuentes emana en esa constante fluidez que se asemeja a los espejos. Cristalina a la vez que voraz arrastra las imágenes que en ella se reflejan. Desde su borde yo me pregunto ¿cómo hemos cambiado a lo largo de todos estos años? Que lejos ha quedado el abanico de ilusiones escrita con la rúbrica de una estrella. Un panorama que nos evoca ciclos pasados e incertidumbres impuestas por la cerrazón de los sentidos. Ya nada sabe igual y el color del poder y de la ambición se apodera hasta de aquello más íntimo que puede poseer el ser humano, los sentimientos. Cuando la capa negra de la ofuscación nos envuelve tratamos de mostrarnos diferente a como somos pero no lo conseguimos. La efervescencia de nuestras reacciones más cotidianas puede llegar a fragmentar un todo y a diluir esas imágenes trazadas en la superficie del espejo de la fuente. Pasar toda una vida intentando hacer lo que debería y no haciendo lo que se debe aprendemos a valorar lo que tenemos y no lo que perdimos.
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