Una batalla perdida es cuando  uno cree que no ha perdido. El mundo podría existir muy bien sin la literatura, e incluso mejor sin el hombre. No se es escritor por haber elegido decir ciertas cosas, sino por la forma en que se dicen y no se es político por haber ganado unas elecciones, sino por la forma de mantenerse firme a unos principios y no ser manipulado por sus círculos más cercanos. Todo hombre está condenado a ser libre porque una vez que nace es el responsable de todo lo que hace. Estamos tan convulsos, tan agresivos, hay tanta desidia en nuestras vidas que apenas disponemos de un momento de solaz para pensar y decidir por nosotros mismos. Como humanoides de cercanas galaxias nos comportamos  ya sin intención de cambiar y creemos seguir estado siempre en lo cierto, en que todo se resolverá. Hace falta un  sol doble para iluminar el fondo de esta estupidez humana en la que nadie se hace responsable pero todos creemos tener  el don de la sabiduría. Una cosa tenemos que pensar y darnos cuenta de ello; cuando los ricos hacen  la guerra son siempre los pobres los que  mueren en ella. Nuestro conocimiento es finito mientras que nuestra ignorancia es infinita porque la verdadera ignorancia no consiste en la ausencia de unos conocimientos sino en el hecho de negarnos a adquirirlos. Las batallas perdidas siembran campos desolados y la urgencia de nuestro mundo solicita el engranaje adecuado para ponerse en marcha. Cuando los límites del leguaje son los límites de nuestra superación como personas, como dirigentes, como científicos hay que saber llenar ese vacío de interlocución con hechos, con resultados y no solamente con programas, pactos y normas preestablecidas. Si hay que cambiar algo se cambia.  «Obras son amores y no buenas razones» Las palabras o promesas deben sustentarse en hechos y no en el engaño a traición para seguir siendo el guapo de la película.  Nada es tan difícil como no engañarse a si mismo ni tan mezquino como creer que siempre podrás engañar al otro.