Cae la tarde y el monte se duerme en los brazos de la brisa. Como un niño que todavía quiere jugar ese último juego con nosotros, se resiste frente al límite del camino. Ese tope que nos pone el tiempo a la hora de retirarnos a descansar. Las huellas de tierra y de fango han quedado recostadas sobre un asfalto pobre y gris y desde lo alto las ramas de los árboles miran con desconsuelo. Mañana todo parecerá distinto a los bordes del camino porque éste volverá a recorrer con nosotros los trazos de otro día. Dentro de su salvaje cuerpo se susurran los sonidos de la brisa que nos canta y que fluye eternamente como los sueños de día o de noche. Canción de cuna para la montaña en el vértice de los caminos. Nana del tiempo para revivir aquellos fragmentos que se encadenan en los caminos de nuestra existencia.