Oímos, pero no escuchamos. Miramos pero no vemos. Hemos ido perdiendo casi voluntariamente el silente mensaje de las sensaciones. Tal vez porque no somos capaces de desconectarnos de ese hilo magnético que nos une a lo convencional, a lo rutinario. No intentamos sumergirnos en esa sinfonía de los sentidos y apenas prestamos atención a lo que se ve sin presencia física. Nuestra existencia se ha convertido en visceral y matemática y todo aquello que se escapa a la razón lógica nos parece intranscendente. La elocuencia del mensaje de la creación es el tacto que nuestros sentidos perciben de ella. Y por muy kafkiano que nos parezca siempre habrá algún alma intentando conectarnos con su mensaje.