Foto: Cañón y Castillo de San Felipe, Puerto de la Cruz, Tenerife.
Con el paso del tiempo terminamos por admitir la gran sabiduría que oculta la cadena sutil de acciones que nos conducen a un destino u otro. Dicha cadena a veces se teje con sucesos inesperados que nos empujan a protegernos frente a las adversidades. «Sólo lo inesperado es real» Las grandes urbes de hoy, habitadas por comunidades comprimidas que han dejado de soñar, de descubrir y por supuesto de ser creativas. Una identidad asociada al patriarcado, predominio del pensamiento y del control y la búsqueda de una seguridad efímera basada en el dinero y el placer. Hemos tapado los ojos a esa mirada más allá de la visión instantánea donde es la mente la que califica y cuantifica nuestras acciones y nuestras éxitos. La seguridad no existe como creemos, solo hay que conquistarla día a día. Las fortificaciones, las alambradas, los muros de vergüenza que el mundo ha construido no conducen a nada porque el control termina siempre cediendo a la natural existencia de las cosas. La misma naturaleza está en constante interrogación con nosotros. Pero las naciones no dicen nada y las guerras se suceden y los intereses crecen. ¿Seguiremos sin decir nada? El mundo se deshace entre nuestras manos y lo vemos todo tan lejano a nosotros, pero las redes de la humanidad están mucho más ligadas de lo que creemos y al final todo se comunica; y el único que saldrá perdiendo como siempre el hombre.