En un reducto como este, en un parque como aquel y en un otoño como el que estamos viviendo, podemos reunir esas pequeñas cosas que pueden hacer al hombre un poquito más feliz. Porque ¿en realidad el hombre, ese personaje que nos tropezamos cuando subimos la escalera de nuestro edificio o nos sentamos a su lado en el autobús es realmente feliz? Tal vez por ello buscamos más allá de esos rincones de aquel parque, en ese otoño del recuerdo o quizás entre el alboroto de una tarde de compras. No sabemos bien hacia donde vamos y ni tan siquiera lo que realmente buscamos. Solo nos complace unirnos a la marabunta de la sociedad, de esa sociedad cambiante y casi vacía que se amontona a nuestros pies como algo sin una segunda oportunidad. Otoño de elevadas temperaturas que sucumbe frente a la mirada de un sol cansino que nos lleva irremediablemente a esos barrios de contienda urbana, donde las leyes no llegan a todos por igual y en los que las voces tienen distintos registros. El tono voz del hombre debe ser siempre el mismo para todos los hombres, porque la libertad y los derechos humanos no tienen idioma ni tampoco color.