«Siempre hay que tener un plan» es una trampa en la que caemos constantemente. Tenemos miedo a dar el paso, a enfrentarnos a lo desconocido porque no sabemos que nos traerá. Pero si siempre hubiésemos hecho eso hoy por hoy nada de las muchas cosas que tenemos estaría con nosotros. La idea de cambiar nos aterroriza de tal manera que nos volvemos cansinos y mediocres por no movernos y explorar nuevos senderos que el destino nos abre constantemente. Estamos envueltos en ese celofán transparente desde el cual vemos pasar la vida frente a nosotros y nos lamentamos de nos ser capaces de cortar ese envoltorio de falsedad, caduco y deprimente que nos hace vulnerables ante todos. Porque si cada vez que tenemos que tomar una decisión esperamos a que alguien nos abra los ojos de forma determinante es que no estamos preparados para crecer, para avanzar. Vivimos en esa «seguridad» que nos han enseñado que existe pero que nadie sabe si en cierta o no. La seguridad está en cada uno de nuestros pasos, porque el siguiente siempre es ese puente hacia nuestro destino. Esa seguridad que quiere decirnos nada de riesgos, nada de desafíos, nada de crecimiento solo tiene un significado; muerte. No caigamos en esa trampa de la seguridad vendida a plazos por los bancos que no nos aportan nada más que angustia al ver nuestro patrimonio en manos de otros y que quizás nunca podremos disfrutar plenamente de ellos.