Caíste de aquella rama y aún así permanecías erguido frente a mí. La tarde estaba casi a oscuras y los últimos rayos del sol apenas se veían. Tu nido se ha quedado vacío y solo. No entiendo nada pero me conmueves y siento perderte por tu fragilidad aparente. Pienso donde colocarte e intuyo que en alguna jaula podrás estar mejor que aquí en medio del asfalto. La ocasión hay que crearla y no esperar a que se presente y estamos preparados para ello, solo que no nos esforzamos. ¿Cuantos como tú estarán ahora mismo sin saber que les ha pasado y con el miedo aferrado a las alas? Veo que unas manos generosas se acercan a tu pequeño cuerpo y te recogen. Seguro que existe una solución. Voy a pensar un poco. El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados.