El verdor de la campiña. Allí donde las líneas paralelas parecen no encontrarse jamás, salvo alguna inesperada ermita en medio del camino. Lejos de todo ruido mundano y agitación social donde a veces no hallan reposo los momentos de calma y se suscitan ideas contradictorias por el agobio de vivir en tiempos turbulentos. Nada parece tener un contenido exacto cuando nos aproximamos al comienzo de este camino que nos llevará hasta donde tú o yo queramos. Hacia donde cada uno de nosotros creamos tener un objetivo concreto. Lejos de creencias o de religiones, solo un trazado de lía recta que el mismo monte nos despliega para comenzar a andar. Los árboles como soldados en fila y también en formación correcta bordean los lados del camino para determinar los límites y también la conciencia a la hora de pasarnos de un lado a otro o de infringir esa rectitud adversa que tantas veces nos ha ocasionado un cambio de conducta o encontrar la enseñanza y el modo de llevar a cabo nuestros proyectos. Hay que pisar fuerte y no desanimar. Los lados del camino están ahí para dirigirnos y también para darnos ese toque de atención que necesitamos cuando las cosas se ponen turbias. En la cárcel de la vida la libertad no es una prohibición sino un reto que hay que establecerse para poder siempre encontrar esa ventana que nos abra al mundo con sus amplias avenidas y donde todos tenemos nuestra carretera marcada.