La infancia no conoce de estados, ni de razas ni tampoco de credos. La infancia es la virginal presencia de un todo a través de los ojos de un niño. Hoy nos echamos las manos a la cabeza al escuchar las aberraciones que los hombres somos capaces de hacer. Ni el nivel más bajo de la pobreza puede generar un odio tan cruel como el que sabemos que muchos proporcionan a sus hijos o a los hijos del otro. Somos esclavos de nuestras conclusiones y de nuestras palabras y matar la inocencia es igual que si nos amputáramos nosotros mismos alguno de nuestros miembros, porque el niño que fuimos sigue viviendo en nosotros. Ellos son «los amos del mundo» porque en ellos está el futuro de la humanidad. Cada niño es un libro en blando que comienza a escribirse nada más nacer. De ahí saldrán los futuros maestros para las generaciones venideras. ¿Está el hombre preparado para hacer frente a esos impulsos que día a día dejan a madres sin hijos, a niños encarcelados, a jóvenes adolescentes que empiezan a vivir traumatizados de por vida? Tal vez no sea esta forma de proceder la más correcta para luchar contra esos descerebrados. ¿Porqué nos volcamos siempre en la venganza, en la mentira y en esa manera de conseguir propósitos haciendo daño sin contemplar las consecuencias? Todo no está escrito todavía en los renglones de la vida para muchos. Otros ven la línea recta de las palabras y tratan de ayudar sin conseguirlo. ¿En qué punto estamos? Ni nosotros lo sabemos porque estamos más pendientes del vecino que de nuestra propia casa y eso lamentable. Hoy son los amos del mundo y son felices con un pañuelo jugando en el río. Otros se aburren considerablemente con las habitaciones llenas de regalos. ¿Dónde está el punto de equilibrio? El futuro ya lo estamos escribiendo ahora. Mañana quizás sea demasiado tarde ya.