Entre plataneras y brisa del mar los aloes revientan sus flores antes de que comience la primavera. La sinuosa línea que los define atrae a esas primera abejas curiosas y hambrientas de néctar y de calidez. Como si de una bandera de España se tratase la combinación perfecta de la naturaleza trata de suavizar ese monopolio que fragmenta y que destruye la idiosincrasia de una nación. País de sol, de luz y de belleza exultante que todavía no hemos sido capaces de defender como se merece. Allí, en medio del Atlántico las islas Afortunadas dan cuanta una vez más de serlo y de esparcir a los cuatro vientos que somos parte de esa España que hoy deambula por el incierto futuro que le estamos tratando de imponer. Bajo el cielo de Canarias soplan vientos de esperanza que desde las raíces de la tierra elevan y demandan esa prosperidad, buen hacer y sapiencia que un país como el nuestro se merece.