
Cuando los días se hacen largos junto a la ventana. Cuando el recuerdo ilunina el rostro al ver algún pajarillo en la terraza sin lugar a dudas es cuano podemos llegar a ser capaces de entender ese mundo de silencio y lejanía en el que viven nuestros mayores. Mucho se ha hablado y nada o casi nada se hace por ellos. Las adminstraciones están muy ocupadas para perder su tiempo y cuando realmente hay tiempo ellos ya se han ido. Hoy vivimos momentos tristes al escuchar las voces clamando esa falta de atención hacia los hogares de nuestros abuelos. Esos «hoteles rumbo a la Eternidad» de los cuales poco se sabe porque todo permanece en el silencio,en la ignorancia y en la compañía del olvido. Deberíamos es ahora una palabra comodín para excusarnos de esta negligencia atroz y desafortunada de la que todos hemos sido creadores y donde nadie está exento de culpa. Cuando acercar tu cara a ese mayor que busca en tí todo aquello que ha perdido cuando ingresó en ese hogar, nada ni nadie puede aliviar lo que tu cuerpo siente. Sus manos talladas en el tiempo y sus ojos tan llenos de memoria hacen que tu mundo se convierta en nada importante porque los verdaderamente importantes son ellos. La desidia y la desgana hacen a diario que esa tarea humana de quienes hemos estado ahi se corrompa y se malogre. ¿Cuantas veces hemos sido los mensajeros de tantas necesidades y se nos ha ignorado? Morir en soledad es esa condena que tantos mayores viven a diario. Nuestra conciencia debe imperar no solo en estos momentos en los que se descubren tantos errores sino cada vez que las puertas de un hogar para mayores mostran el lado más humano de la sociedad. Sin ellos ninguno de nosotros estaría hoy aqui.