Tener conciencia de lo que hacemos nos aporta un don incalculable a la hora de lo que hagamos y para quien lo hagamos. Esa luz que habita en nosotros y que siempre nos da ese toque de atención cuando en realidad no estamos actuando como deberiamos hacerlo. Pero también la conciencia nos predispone para esa tranquilidad máxima cuando nuestros actos y también nuestras palabras son conscuentes con nuestras intenciones. Hoy la conciencia de muchos está algo trasnochada y otros ni tan siequiera saben como ejercitarla. Actúan sin más, desencadenando toda clase de circunstancias que pueden llegar a hacer demasido daño. Así como el ojo de Buda siempre está observando, nuestra conciencia se asemeja a él en una forma más de andar por casa. Pero ¿ creemos en verdad del potencial de nuestra conciencia? Tal vez algunos sepan adentrarse más en su valor interno de las cosas. Otros quizás necesitan de algunos retoques del destino y de la introspección para hacerse una idea más o menos elemental de lo que conlleva ser consciente en el más amplio sentido de la palabra. No sabemos valorarla demasiado y por eso la integridad del hombre actual se va convirtiendo en algo genérico. Mientras alguien nos observe podremos decir que hay tiempo para cambiar.