Las brasas están encendidas, tanto en el cielo como en la tierra porque estamos atravesando el periódo más caluoso de este verano del 2020. Quizás ya no recordamos de otros que sin lugar a dudas fueron más o menos así de sofocantes, pero el hombre olvida facilmente y se acostumbra a no querer variar sus itinerarios vacacionales. Somos animales de costumbre y esas costumbres a las que nos aferramos habrá que saberlas cuestionar según las circunstancias. El calor está haciendo estragos tanto en el ambiente como en las corrientes informativas que se suceden sin pausa y nos muestran los tropezones, los lamentos y también las vergüenzas ajenas a las que nos asomamos a diario. Pero así como al hombre le gusta castigarse por no decir ¡basta ya! también las situaciones complejas le ponen a prueba. Hemos suspendido y con nota muy baja proque no queremos cambiarnos pero sí que la situación cambie para nosotros. ¡Eso es imposible! Todas esas etiquetas superficiales que los humanos estamos colocándonos nos hacen ser cada ves más ambigüos a la hora de ser tal y como en esencia somos. Mientras la canícula de este verano del 2020 sigue peinando nuestras cabezas la maravilla del ser humano continúa evadiendose de esas responsabilidades que nos colocan en ese bajo nivel de compromiso con los demás. Vendrán más canínulas y más inviernos para que podamos hacernos esas fiestas irrenunciables en las que todos somos causantes de un peligro y a las que todos con un poquito de raciocinio podríamos evitar. Si no es así seguro que en el próximo verano no estaremos a pie de playa o diseñando el viaje de nuestras vidas. Una lástima señores.