
El agua procura ofrecernos esa fresca impaciencia que expande por nuestro rostro, por nuestras manos o simplemente a través de la cristalina mirada de sus espumas. Saltos de blanca paciencia que con mucha precisión elevan su esencia a lo más alto, a lo más inalcanzable pero que sin lugar a dudas se convierte el sabia doctrina. El estrépitoso ruido que inunda todo su enclave hace que sintamos en nuestra piel el sonar de su magnitud y el beso de su frescura.