
El próximo día nueve podremos contemplar la Luna Llena. Esa luna llamada también la Luna del Cazador, cuando los montes se visten de niebla y se escucha a lo lejos la berrea de los ciervos en su ceremonia del apareamiento. Tras las cosechas la naturaleza se va retirando poco a poco a sus refugios de invierno en la sana quietud de su existencia y entre los tiempos revueltos del invierno. Todo hace presagiar que el hombre todavía no es capaz de hacerse a la idea de los aconteceres venideros ni tampoco de la forma usual de sus desastrosas decisiones. El planeta saca de lo profundo de la tierra el aullído de esperanza ante la inacción mientras que intenta reescribirse en un tiempo olvidado pero no carente de entusiasmo. Nada está dicho pero queda tanto por decir que a veces miramos a la luna y apenas escuchamos su mensaje. Nos embriaga todo ese halo de luz que nos cubre sin entender que en ese espejo se está mirando el mundo, haciéndonos doblegar nuestro énfasis ante tanta magnificencia. Los ciervos escuchan las pisadas del cazador pero siempre habrá un remanso para la continuidad de la especie. Y eso la luna ya lo sabe, haciéndose partícipe de dicho ceremonial cada noche a través de las nubes.