El futuro apunta más al blanco y negro que al color pero no por eso debemos de rasgarnos las vestiduras. Existen más luces que sombras en este entorno que nos ha tocado vivir. Lo lamentable es que esas luces que aún permanecen apagadas no dan el chispazo. Procuramos vivir en un lamento constante de una agonía que no nos está llevando a ninguna parte. Somos los componentes de una melodía pero todos sus sonidos se necesitan y no debemos permitir que algunos de esos sonidos solapen a los demás. Pronto entraremos en el mes de las «luminarias», de los proyectos en común, de las ilusiones de tantos, ya sean niños o abuelos. En la melodía del mundo no caben espacios en sombra porque la vida no lo es. Miles de manifestaciones nos provocan a diario un bullicio de sensaciones que las personas nos negamos a perder. Tengamos más o menos. Las políticas se escurren por las pareces de palacios y congresos y mientras, en la calle el calor inunda lo real, lo cotidiano, lo verdadero. Papeles mojados que quedan atrapados en alguna esquina del tiempo y al final terminan pisoteados por la lucha de la vida. Nadie es feliz del todo pero sí que todos podremos hacer felices a muchos y eso es lo que hay que conseguir. Encender esas lámparas y procurar que no se apaguen. La sinfonía de la vida nos tiene que tocar a todos, lo único procurar que nuestros políticos no nos «toquen más las narices».