Querer siempre más de lo que se posee es la fatal decadencia del ser humano. Cierto es que todos deseamos vivir de la mejor manera posible pero cuando se dobla la esquina de esa ambición desordenada de gusto por el placer, el lujo, la diversión descontrolada, necesitamos poner freno a ese desorden. Olvidarse de la vacuidad del mundo es como olvidarse de respirar. Nada hay más imposible. El modo de vida que disfrutamos no se ajusta en lo más mínimo a lo que realmente es el paraíso. Creamos mundos a base de cartón piedra pero no nos paramos a pensar que el cartón se deshace y nada de lo que tenemos perdura. No nos empeñemos en ser lo que no somos, sino en alcanzar lo que somos y la vida nos irá mucho mejor. Deslumbrados por el lujo, la fama, y ese poder abstracto que es el dinero, nos configura bajo una máscara que bien dista de la realidad. Subir a las alturas es más peligroso que estar a ras de suelo. El mar siempre intentará agarrar nuestros pies a la tierra, el cielo intentará hacernos perder el equilibrio en un mundo al que no pertenecemos. Dejemos que sean los pájaros quien los transiten porque el hombre, por su condición de ser racional no tendría que crearse esos paraísos que al final se vienen abajo con las desilusiones.